Al igual que protegemos nuestra integridad física, desarrollar estrategias de protección a nuestra “salud” emocional es necesario para disfrutar de vivencias satisfactorias.
Podemos definir la seguridad emocional como todas aquellas conductas orientadas a proteger nuestra integridad emocional.
Al igual que protegemos nuestra integridad física, desarrollar estrategias de protección a nuestra “salud” emocional es necesario para disfrutar de vivencias satisfactorias.
Aquí no nos referimos a mantener un estado constante de emociones placenteras, en primer lugar, eso sería imposible.
Como hemos visto en módulos anteriores, creamos instantes emocionales para explicar contextos, internos y externos, que tienen algún significado para nosotros.
Estos contextos son cambiantes y no siempre van a favorecer que generemos emociones placenteras.
No sería adaptativo permanecer en un estado constante de “felicidad” cuando eso no coincide con la realidad en la que vivimos.
Podríamos tener una tónica general “feliz”, pero eso no implica que nunca sintamos emociones displacenteras, y no es algo negativo, ni malo, ni nada por el estilo.
Es una parte natural de nuestra vivencia en interacción con el entorno.
Debemos tener en cuenta que protección y seguridad no son sinónimos de vivir en una burbuja.
Aislarnos para no afrontar determinadas situaciones o contextos, no va a tener un efecto positivo en ninguno de nosotros.
Cuando actuamos de esta forma, estamos implementando y reforzando el empleo de estrategias evitativas de afrontamiento.
Estas estrategias no tienen nada de malo per se, sin embargo, se trata de un uso desadaptativo en el momento en el que son las únicas que utilizo.
Al hacer esto, dificultamos en gran medida el desarrollo de ciertas habilidades y fortalezas, como la capacidad de resiliencia, y suele llevarnos a depender del entorno para mantener nuestra estabilidad emocional.
Una cosa es apoyarse en el entorno, tener nuestra red, y otra muy distinta es generar una dependencia a la hora de regularnos.
Al mismo tiempo, tampoco sería una estrategia adaptativa, el “saltar a la piscina sin mirar”.
Decidir exponernos a situaciones y contextos para los que no tenemos las herramientas de gestión y afrontamiento desarrolladas, puede llevarnos a experimentar sufrimiento innecesario. Podríamos hablar aquí de kamikazes emocionales.
La clave está en ir poco a poco, paso a paso, respetando nuestros tiempos y los de la persona con la que estamos interactuando, disfrutando del camino.
El shibari, como forma de interacción entre dos personas, puede ayudarnos a conocernos y crecer en esta dirección.
Desarrollar estrategias de este tipo es importante, en primer lugar, para nuestra vivencia como personas.
Pero, sobre todo, cuando establecemos interacciones como las que se llevan a cabo en el shibari, donde bajamos barreras, ponemos sobre la mesa esquemas emocionales y nos relacionamos niveles a los que es fácil que no estemos acostumbrados.
Responsabilidad Personal
Para entender mejor qué es la responsabilidad personal, vamos a explicar cada una de las palabras.
Primero tenemos “responsabilidad”.
Podríamos definirla como los aspectos que se encuentran dentro de mi margen de maniobra que han propiciado/pueden propiciar que algo ocurra, ya sea positivo o negativo para mí y/o el entorno.
Esta descripción nos aporta tres características cruciales que nos van a ayudar a trabajar nuestras estrategias de gestión.
En primer lugar, nos da agencia sobre la situación, al centrarnos en aquello que se encuentra dentro de nuestro margen de maniobra y sobre lo que tenemos algún tipo de influencia.
Además, nos aporta una capacidad de cambio, ya que nos enfocamos en cuestiones modificables que, si hacemos de otra forma, pueden generar resultados diferentes.
Por último, nos ayuda a definir la ruta de acción porque nos ayuda a marcar cuáles son los aspectos sobre los que trabajar para lograr las consecuencias deseadas.
En muchas ocasiones, la responsabilidad se confunde con la culpa o, directamente, nos quedamos de manera exclusiva con esta última. No obstante, ni son sinónimos ni nos aportan lo mismo.
La culpa es un concepto moral, lo que llamamos un juicio de valor.
La podríamos definir como la emoción que marca el supuesto agente causante de una determinada situación, que estimamos como negativa para nosotros y/o el entorno.
Por lo tanto, la culpa tan solo nos ofrece información sobre dos cuestiones, quién es el supuesto agente y cuál es la circunstancia que ha ocurrido.
La culpa no nos ayuda a distinguir márgenes de maniobra, ni rutas de acción, ni capacidad de cambio.
Su única utilidad es etiquetar el quién y el qué y, sin el cómo, difícilmente podemos generar cambios ni aprendizajes.
De esta forma, y como solo la utilizamos para consecuencias negativas, la culpa suele llevar a generar compensaciones por el daño causado y/o a implementar estrategias evitativas para ocultar lo que hemos hecho.
Cuando actuamos desde aquí, no trabajamos la raíz de lo que nos llevó a la situación negativa, sino que intentamos poner un parche que minimice las consecuencias para nosotros.
En segundo lugar, tenemos “personal”.
Esto es sencillo de entender, ya que se refiere a algo que es mío, que me pertenece a mí y a nadie más.
Puede parecer algo irrelevante, pero en la práctica es crucial, puesto que seguramente habrás escuchado en diversas ocasiones responsabilizar a otras personas de ciertas consecuencias, a que me desconcentras, a que tuve mala suerte, a que estás mal hecha, a que me dijeron que era así, a que tú no sabes… Y la lista podría seguir.
Al hacer esto, estamos situando la capacidad de agencia en otras personas distintas a nosotros mismos, y/o en variables contextuales de la situación.
Esto nos deja sin margen de maniobra a la hora de actuar sobre el resultado que obtenemos.
En este escenario, mi capacidad de gestión es nula y, teniendo en cuenta que en el shibari las interacciones se basan en una asimetría en el acceso y gestión de los recursos, podemos entender perfectamente dónde se encuentra la raíz del problema. No hay nadie haciéndose cargo de esos recursos o, al menos, no del todo.
Nuestro enfoque, por lo tanto, parte siempre de la responsabilidad personal.
Nos centramos en aquello que está en nuestra mano, dentro de nuestro margen de maniobra, y no en lo que no podemos controlar.
A la hora de practicar la responsabilidad personal dentro del shibari, resultaría imposible enumerar todos y cada uno de los aspectos implicados, ya que van a depender de la situación y de los integrantes de la interacción. Sin embargo, os queremos ofrecer unas preguntas sobre las que reflexionar para que os ayuden a discernir cuál es vuestra responsabilidad personal en cada caso concreto.
- ¿Con quién interactúo?
- ¿Cuál es mi nivel de confianza con esta persona?
- ¿Para qué lo hago?
- ¿Qué quiero conseguir?
- ¿Qué es lo peor que puede pasar (situaciones concretas, no abstracciones)?
- ¿Sabría/estaría capacitado para gestionar la situación si ocurre/no ocurre X?
- ¿De qué herramientas de gestión dispongo?
- ¿Qué está en mi mano (conductas concretas, no abstracciones) para que X ocurra/no ocurra?
- ¿Qué puedo hacer (conductas concretas, no abstracciones) si X ocurre/no ocurre
Intención
Las preguntas anteriores, además de ayudarnos a comprender mejor dónde se sitúa nuestra responsabilidad personal dentro de la interacción, nos llevan al segundo punto que vamos a abordar dentro de la seguridad emocional. Estamos hablando de la intención.
Este es un concepto que definimos en la leccion 01-13